La leyenda de la María Dominga: ecos de tragedia y misterio en Sechura

En el corazón del desierto piurano, entre dunas encantadas y antiguas tradiciones, se mantiene viva una de las leyendas más conmovedoras del folclore peruano: la historia de María Dominga, una joven pastora del caserío Chato Chico, en el distrito de La Arena. Este relato ancestral forma parte del imaginario popular del Médano Blanco, una imponente loma de arena que, según los lugareños, guarda secretos sobrenaturales y es escenario de desapariciones inexplicables. 

María Dominga, conocida por su belleza y por la dura vida que llevó junto a sus padres, desapareció misteriosamente luego de un encuentro con una mujer de aspecto inusual. A partir de ese momento, nació la leyenda de la “pastora encantada”, que muchos relacionan con los fenómenos paranormales atribuidos al Médano Blanco, lugar que también figura en otros relatos como el del Patito Encantado o la Duna Indomable.

Descubre en este artículo todos los detalles de esta enigmática historia, profundamente ligada a la identidad cultural del norte del Perú y transmitida de generación en generación como advertencia, consuelo y memoria.

La leyenda de María Dominga: la pastora que desapareció en el Médano Blanco

En el corazón del distrito de La Arena, en el caserío de Chato Chico —fundado en 1910 por familias ganaderas y campesinas— vivía una joven llamada María Dominga Castro Castro, conocida por todos como la “China María”. Su vida transcurría entre el maltrato familiar y las duras labores del campo. Desde niña era enviada a pastar el ganado desde muy temprano, regresando muchas veces al anochecer sin haber probado más alimento que guayabas, algarrobas o frutos silvestres encontrados durante el día.

A pesar de crecer en un entorno hostil, con padres que la reprendían constantemente, María Dominga se convirtió en una joven de gran belleza y figura esbelta. Sin embargo, su mente estaba nublada por un único pensamiento: huir, desaparecer o morir. La situación en casa era insostenible. Su padre, ya mayor, pasaba más tiempo en el caserío de Santa María con otra mujer, lo que alimentaba el odio y la tristeza en el corazón de María. Aunque más de un hombre le declaraba su amor, ella los rechazaba con furia, espantándolos a palazos o pedradas.

El encuentro sobrenatural

Un día, mientras pastaba su ganado en un rumbo poco frecuentado, María subió una enorme loma de arena y se refugió bajo la sombra de un algarrobo. Desde allí contemplaba a sus animales alimentarse del pasto fresco. Fue entonces cuando ocurrió lo inesperado: una extraña mujer de ojos azules y cabellos largos y ondulados apareció ante ella. Con voz suave le preguntó:

—¿Qué haces, linda pastora?

María, asustada, respondió que cuidaba a sus animales.

—Estas tierras son mías —dijo la mujer—. Pero si me haces un favor, te dejaré pastar aquí sin problemas.

—¿Qué favor? —preguntó María.

—Dame uno de tus chivos. A cambio, mañana recibirás un cerdo gordo.

María dudó. Sabía que en casa la castigarían por la pérdida de un animal, incluso podrían dejarla sin comer. Sin embargo, aceptó el trato con tal de poder regresar a aquel lugar tan apacible.

Una noche de castigo

Esa noche, al notar la falta de un chivo, sus padres cumplieron su amenaza: la golpearon y la dejaron sin cenar, durmiendo en la calle. Fue entonces cuando apareció Pedro Pablo, un hombre conocido por su vida de excesos y por haber destruido varios hogares. Intentó abusar de la joven, pero ella lo enfrentó con valentía, defendiéndose con un palo hasta hacerlo huir. A partir de ese día, María desarrolló un profundo rechazo hacia los hombres como él.

El misterio de la laguna encantada

Al día siguiente, sin decir nada a nadie, María regresó al lugar del encuentro, subió la misma loma y buscó el punto exacto donde había dejado el chivo. Pero en lugar del prometido cerdo, lo que encontró fue algo imposible: una hermosa laguna cristalina, donde saltaban grandes peces y crecían frutales cargados de frutos.

Sorprendida, guio a su ganado hasta el agua. Sin embargo, a medida que los animales bebían, desaparecían uno por uno bajo la superficie, sin dejar rastro. Desesperada, María tomó una rama y subió a una balsa que flotaba en la laguna para intentar salvar a sus animales. Pero por más que intentaba, no podía tocarlos. Al llegar al centro del agua, la rama quedó atrapada. En un intento por liberarla, saltó al agua… y comenzó a hundirse.

Fue en ese momento cuando la realidad cambió: la laguna se desvaneció y volvió a convertirse en la inmensa loma de arena que siempre había sido. Solo quedaron las huellas de sus pies descalzos y las pisadas de su ganado, que pronto el viento cubrió por completo.

La desaparición de la “China María”

Aquel día, María Dominga nunca regresó a casa. Los campesinos afirmaron haberla visto por última vez cerca del Médano Blanco, el gran médano que domina el paisaje del desierto sechurano. Sus padres, inquietos, no durmieron esa noche. Al amanecer, fueron hasta la loma donde dijeron haberla visto.

Desde lo alto, su padre creyó distinguir la silueta de María de espaldas. La llamó con insultos, como era su costumbre, y la amenazó con una rama. Pero al acercarse, azotaba solo el aire. Su esposa, aunque abría los ojos al máximo, no podía ver a su hija. El viejo, incapaz de comprender lo que había pasado, perdió la razón con el tiempo, y la madre murió consumida por la pena, al darse cuenta —tarde— del valor de la hija que habían despreciado.

El encanto del Médano Blanco

Desde entonces, muchos aseguran que María Dominga fue encantada por una fuerza sobrenatural, quizás la misma que protege los secretos del Médano Blanco. Otros dicen que fue absorbida por el espíritu del desierto, como castigo o como liberación. Lo cierto es que nunca más se volvió a saber de ella.

Hoy en día, los pobladores del desierto de Sechura siguen contando esta historia como una advertencia y como parte del misterioso poder de las dunas encantadas. El Médano Blanco no solo es una maravilla natural, sino también un territorio lleno de leyendas que desafían la lógica y preservan la memoria de quienes se atreven a desafiar sus dominios.